A cuadros, a cuadros me he
quedado al leer la noticia. Así que romper los dientes que vienen de serie con
uno mismo y que no han costado más que el calcio y el tiempo de verlos crecer,
sale más caro que destrozar una ortodoncia de orfebrería que cuesta una pasta
gansa y que no la cubre la Sanidad Pública.
No entro en el hecho deleznable que
el maltratador de la noticia perpetró contra su pareja y delante de su hijo,
porque éste se califica por sí solo. Lo que me cuesta entender es la gradación
de la pena que realiza nuestro Código
penal, según te rompan lo genuino o lo postizo.
No creo que el energúmeno se
parara a preguntar a la víctima si llevaba los dientes buenos o los de
porcelana, antes de sacudirle el revés o el puñetazo que se los llevó por
delante. Y si el no se paró a preguntar, ¿a que vienen ahora el fiscal y el
acusador particular con tantas melindres?
Pues vienen, a que a nuestro Código penal le va haciendo falta un
repasito en profundidad, en esta y en otras muchas cuestiones, y si no, que se
lo pregunten a los padres de
Marta del Castillo y a tantos y
tantos otros como ellos.
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