Cutre a más no poder, esa fue mi
impresión y la de miles de murcianos que abarrotaban la
Gran Vía murciana en la fría y
ventosa noche del desfile del Entierro de la Sardina , ante el vergonzoso espectáculo que la
comitiva sardinera nos ofreció.
A veces puedo pecar de exagerado,
pero cuando miles de gargantas abuchean al unísono el paso a la carrera de
grupos y comparsas, sé que tengo razón al expresar mi indignación. Vale que del
frío y del viento no tuvo culpa la organización, pero de lo demás, sí. Un
desfile deslabazado, sin atisbo de continuidad, con brechas entre comparsas y
grupos de cientos de metros, fue lo que nos ofrecieron de una fiesta catalogada
de Interés Turístico Internacional.
Al principio, el pueblo, que se
traga lo que le echen, aguantó estoicamente las primeras carreras de los
desfilantes, pero después se plantó y el clamor fue unánime. Pitos,
silbidos y abucheos a los participante que corrían como locos a su cita con la
tele y la tribuna del Banco de España, donde llegaban derrapando para hacer su
numerito y continuar la carrera. Mientras, los organizadores, con sus capas
rojas, azuzaban al personal Gran Vía arriba escuchando las sonoras quejas del
respetable. Salvo las Aguilas Doradas mexicanas,
que abrían el cortejo y desfilaron decentemente, todos los demás lo hicieron a la
carrera, superando a toda velocidad los enormes vacíos existentes; los abanderados
italianos pasaron como alma que lleva el diablo entre la indignación y los
gritos de los asistentes, que ya calientes, elevamos el tono, impotentes ante
el bochornoso espectáculo; los bailarines, más que bailar, trotaban, intentando
inútilmente hilvanar tres pasos seguidos;
otros que iban de equipo de natación sincronizada, con piscina y todo, parecían
corredores de relevos de los 400 metros lisos en pista cubierta. Y así, todos,
sin excepción.
Una pena y una gran desilusión para
chicos y grandes, llegados de todas partes y que vieron el desfile como un
partido de tenis. Las gentes se sentían estafadas y con razón, habían pagado para
disfrutar de un gran espectáculo y solo presenciaron una carrera de relevos. Después
llegaron las carrozas de los grupos sardineros y el público en pie se sacudió el
frío y con los brazos en alto inició el combate singular en pos del pito o la
pelota. Se diluyó el disgusto en el fragor de la batalla y al fin, casi todos
contentos camino de casa con nuestro efímero botín.
Descanse en paz la Sardina y hagan acto de
contrición los responsables del desaguisado, que haberlos, haylos, y espero se les caiga la cara de vergüenza y pidan públicas disculpas a todos los que
nos sentimos defraudados.
¡Que cutre! (En sus acepciones de pobre, miserable y de baja calidad)