Siempre que llegan las vacaciones, largas o cortas, la misma cantinela: a los controladores aéreos alguien les hace la cusqui, y ellos la devuelven corregida y aumentada a los pobres desgraciados de siempre, atrapados en su tela de araña en forma de avión o terminal de aeropuerto.
No es solo la cancelación del vuelo, que con ser mucho, es solo un medio. Lo verdaderamente trágico es lo que esto conlleva de ilusiones rotas, vacaciones esperadas, familias reunidas, ocasiones perdidas, hoteles vacíos, perjuicios sin fin, pérdidas… Pérdidas para todos, para los que van y los que esperan, para la imagen maltrecha de un país en caída libre descontrolada.
Impotencia han sentido cientos de miles de personas, cuando de golpe y porrazo han visto truncadas sus expectativas por el capricho de unos señores prepotentes, decididos a hacer valer sus derechos a costa del sufrimiento de los de siempre, de los que pagan.
Lo siento por todos aquellos a los que les han machacado sus vacaciones, me da pena verlos deambulando por los pasillos, me solidarizo con su indignación y me apunto al exabrupto espontáneo contra los culpables del desmán, ya sean los controladores aéreos, ya sea el Gobierno por encender la mecha con su habitual eficacia.