Cinco días sin agua caliente en pleno mes de noviembre, cuando menos, molesta. No es ya la impotencia de que por más que lo intentas, no arranca el calentador; de que por mucho ¡clic! ¡clic! que haga cuando abres el grifo, no acaba haciendo ¡blum! e iniciando la combustión azulada del gas argelino. Es la mala milk que se te pone de pensar en las cacerolas de agua que has de calentar para poder completar tu aseo diario.
No caes en la cuenta que el rollito de las ollas con agua caliente era lo que se estilaba hasta hace poco más de un par de telediarios, y que a todo el mundo le parecía lo más natural del ídem.
Se inventaron las calderas para mover trenes y máquinas diversas, y entre otras cosas más, para proporcionar agua caliente a las viviendas; primero con combustibles fósiles o madera, y luego con gases diversos como el butano -que se estrenó dos años antes de que me nacieran-, y el gas natural que disfrutamos ahora previo pago y por cortesía de nuestros vecinos africanos.
Abrir un grifo y que salga agua, es tan natural como pulsar un interruptor y que se encienda la luz, la tele, el ordenador, la lavadora ... o setecientas cosas más. Y que además, según gires el mando, el agua salga caliente o fría a voluntad, para nosostros es lo corriente de cada día. Por eso, cuando no obtenemos el resultado esperado de cualquiera de estas cotidianas acciones, nos damos cuenta de la trascendencia que para nuestro diario quehacer tienen todas y cada una de las cientos de comodidades que nos rodean y sin cuyo cobijo nos sería imposible transitar por la vida tal y como la conocemos.
Cuando por fin llegó el técnico del servicio t..., al filo ya del peligroso fin de semana, con su maletín y su aplomo, ganas me dieron de hacerle la ola. Frente al calentador, dos minutos tardó en el diagnóstico, otros tres en cambiar el generador de electricidad (es un calentador moderno), dos más en recolocar la carcasa y los botones y los tres siguientes en hacer pruebas de funcionamiento, explicaciones varias, relleno del informe, solicitud de firma, buenas tardes y hasta la próxima.
Diez minutos después de cinco días me supieron a poco, quizá esperaba un despliegue mayor tras haber contemplado impotente el condenado aparato una y otra vez esperando que reviviera. Pero funciona y es lo que importa, y la ducha que me he pegado para celebrarlo la he disfrutado como un enano. Ni se imagina el técnico lo agradecido que le he quedado por su proeza. ¡Amigos para siempre!
Nota: para terminar con el suspense sobre el color de la vestimenta de la amiguita que me quitó los puntos de la pierna, diré que iba, como no podía ser de otro modo, de blanco enfermera inmaculado.
Nota: para terminar con el suspense sobre el color de la vestimenta de la amiguita que me quitó los puntos de la pierna, diré que iba, como no podía ser de otro modo, de blanco enfermera inmaculado.