martes, 19 de abril de 2011

El Patriota ¿de donde?

Puesta en escena

Arenga a las masas

Salida triunfal
La Plaza Mayor de Madrid está viva y muy viva, tanto es así que en cualquiera de sus esquinas, de sus soportales, de sus luces y sus sombras hay una historia diferente. Allí la señora mayor del pelo revuelto haciendo caricaturas del que se presta por un módico precio; más allá un guitarrista flamenco con greñas y sombrero a lo Sabina pone sus notas al brioso y poco artístico baile de su acompañante de faralaes.

Pintores, mendigos, comediantes, estatuas humanas, turistas, camareros a la caza de clientes, clientes recelosos de los camareros y en el centro, dominando la situación, Felipe III a caballo, por derecho propio, pues fue él quién ordenó construir la plaza, contempla desde las alturas el bullicio constante a su alrededor.

Cualquiera con un poco de arte o un mucho de cara se puede ganar bien la vida en ella. La flamenca pasa la caja tras sus bailes gitanos a los turistas que la inmortalizan con sus cámaras o la observan desde las terrazas; la estatua humana con forma de cabra con flecos multicolores intenta atraer a los curiosos para arrancarles unas monedas; la anciana de las caricaturas recién termina una obra y tras cobrar, ya está ofreciendo sus servicios en la mesa contigua y los camareros solícitos acomodan poco a poco a los comensales que les llegan.

Y en medio de este pandemónium aparece un peculiar personaje en bicicleta, con vestimenta informal, tocado con una gorra que le da un cierto aspecto marcial, enarbola una tremenda bandera coronada por un cartel con mensaje y porta un megáfono en bandolera. Se detiene, echa mano de su megáfono y lanza un enérgico e indescifrable discurso ante el asombro de los colindantes.

Antes de que nadie pueda cerrar la boca, el buen hombre cabalga de nuevo y se aleja ondeando su bandera ante la atónita mirada de un grupo de jovenzuelos en viaje de estudios, que no alcanzan a entender si lo que acaban de presenciar es una actuación más de un artista callejero, o los desvaríos de un pobre perturbado. Ellos seguro que se quedan con la primera opción ¿Qué necesidad hay de elegir la segunda si a la postre su actuación no perjudica a nadie?