miércoles, 17 de noviembre de 2010

Adiós quiste, adiós

De un tiempo a esta parte venía conviviendo con un pequeño intruso en mi pierna izquierda. Allá por el vasto medio, cerca de la rodilla, se me había formado un pequeño quiste, que aunque no daba la lata, siempre era susceptible de darla y de aumentar de tamaño. Así, de común acuerdo con el cirujano recomendado por mi anestesista favorito y ángel de la guarda familiar, fijamos fecha para su extracción. 

Esta mañana, desapacible y nublada tenía mi cita con el quirófano y tras los inevitables trámites administrativos y firmas a ciegas, hora y media de espera. No es nada, te dices, un poco de gusa en el estómago, te llama una moza vestida de azul con su redecilla de colores y le sigues como un corderillo; te pide que despejes la zona de operaciones y te tumbes en la camilla con un lamparón enfocado al ojo. Sabanita azul por encima, cacharreo de utensilios de la palangana de desinfección al carrito que te arrima al costado; guantes de látex azul y una aprendiza a su vera intentando absorber conocimientos al mismo tiempo que mi pierna se pinta de betadine.

Terminados los preparativos, comparece el artista saludando educado y preguntando por el objeto de su trabajo. ¿Dónde está la autorización? ¿Dónde el consentimiento firmado? ¡Mecachis! ¿Y si me voy? Ya es tarde, la inyección de anestesia me tuerce el gesto y me acuerdo de su madre. ¡Qué jodío!, como se nota que a él no le duele. Sin pausa, un tajo y chorrete de sangre resbalando por la pierna, ¡ris, ras!, dos o tres cortes rápidos y el intruso aparece ante mis ojos colgando de unas pinzas antes de acabar en el bote de biopsia. Sutura rápida, solo la capa externa, léase el papelito que le van a dar y ¡Hasta luego Lucas!, uno más y uno menos para acabar la jornada de cirugía. Las mozas vuelven a la acción, limpian la zona operada y aledañas, aplicándole un apósito junto con los consejos rutinarios y mientras te recolocas en tu ser, se van a buscar un nuevo corderillo para reiniciar la rutina.

Con el papelito en el bolsillo te vas a casa, te miras el apósito y ves que has sangrado un poco más de la cuenta, ¡Mecachis! de nuevo. El primer párrafo del papelito aconseja esperar quince minutos en la clínica antes de volver a casa. Prometo leerme de cabo a rabo todo lo que me den cuando vaya a un hospital, desde el impreso del consentimiento hasta las instrucciones finales, aunque ya no tengo ganas de volver en una temporada.

Ilustraciones de internet.

Una píldora

Notamos que nos vamos haciendo mayores por muchos pequeños detalles de la vida cotidiana. Uno de ellos, el número creciente de píldoras que a diario hemos de tomar. Hay dos tipos de píldoras (aparte de la del día después, la viagra y alguna otra), las medicamentosas y las milagrosas. Las primeras nos las endosa nuestro médico de cabecera para regular los diversos niveles que con la edad, los achaques y las malas costumbres se desajustan en nuestro organismo. Las segundas también nos las suele recomendar el galeno o algún bienintencionado amigo, y van desde las ricas en antioxidantes, hasta los complejos vitamínicos, pasando por las que compensan la falta de Omega 3, las anticancerígenas o las que  contienen luteina para prevenir la degeneración macular, como es mi caso.

Un día descubrimos que estamos encadenados a una más o menos larga hilera de píldoras de diferentes colores y tamaños, (algunas monstruosas), que cuidadosamente alineamos frente a nosotros a la hora de las comidas y que con mayor o menor dificultad trasegamos con santa resignación. No cuestionamos tener que tomarlas, nos fastidia, pero seguimos ordenándolas y consumiéndolas a diario.

El hombre ha llegado a la Luna (y no ha vuelto), somos geolocalizables por medio de nuestro celular (me enteré ayer y me produjo algo de zozobra pensar hasta donde nos tienen de fichados), podemos viajar a cualquier lugar del mundo gracias a Google Hearth, pero seguimos tragando pastillas a gogó.

Y digo yo, ¿Sería posible que los médicos nos recetaran en un único compuesto, todos los remedios necesarios para mantener nuestros niveles en los índices recomendables? ¿Podríamos llegar a la farmacia con la receta y previa llamada al laboratorio, nos cocinaran los remedios en una única píldora?. Con la proliferación de medicamentos genéricos, seguro que sería posible hacer realidad esta utopía sin que se tambalease la todopoderosa industria farmaceútica; el Estado ahorraría una barbaridad, desaparecerían las farmacias caseras y tendríamos mucho mejor concepto de nosotros mismos al tomar solo una píldora por día. Aunque fueran dos, la medicamentosa y la milagrosa.
Píldoras de internet.