Una colección empieza cuando uno se hace con dos cosas similares que le llaman la atención y empieza a pensar en como conseguir una tercera. Parece tonto el mecanismo, pero funciona y cuando te quieres dar cuenta, ya tienes la colección.
A partir de ese momento empieza lo divertido: buscar nuevos miembros al equipo. Cuando empecé con las muñecas con forma de campana lo único que tenía claro es que debían tener falda y un badajo colgando en su interior que sonara al agitarla. Suena fatal, lo sé, pero esas eran las condiciones.
No recuerdo cual fue la primera, ni la segunda, llevo ya mucho tiempo en el negocio y su recopilación ha dado lugar a recuerdos de todo tipo, como esa de cerámica de Talavera que me regalaron Nino y Mariola y a la que hube de acoplarle un badajo en condiciones que suena a gloria; o aquellas de una compañera de Marián, del cole, Rosa, las tenía en su casa de recuerdos viajeros; de viaje llegó una matrusca de madera, un tentetieso con mecanismo sonoro interno, cortesía de Helena que se la trajo de Rusia junto a sus dos hijos; otra llegó directamente del horno de cocción del colegio de Marián, quién la había modelado, cocido, pintado y vuelto a cocer hasta conseguir una maciza campanuela con su gorro campesino y su trenza rubia.
Las regaladas hacen ilusión, las que más, las que te traen de improviso, aunque uno en su ansia, a veces encarga alguna a sus sufridas amistades que tienen la suerte de viajar, esas también son muy satisfactorias, aunque te remuerda la conciencia (pocas veces). Las más las consigo en los viajes propios, las hay gallegas, asturianas, aragonesas, andaluzas y por supuesto, murcianas. Siempre hay alguna tiendecita de cerámica o cachivaches diversos en las que rebuscar; las más abundantes son aquellas que visten traje regional, con delantal y brazos en jarras, con tocado o sin él, por eso, cuando encuentro alguna que se sale de ese grupo, el premio es mayor: una bruja, una angelota, una menina o una peruana.
No hace falta mucho dinero para esta colección, más bien entusiasmo, tesón y curiosidad. El Rastro madrileño fue una buena fuente de inspiración al principio, como para otras colecciones, aunque a veces aparecían estupendas piezas, inaccesibles para mi modesto presupuesto; los mercadillos callejeros también dan sorpresas de vez en cuando, al igual que los antiguos "todo a cien" y algún que otro rastrillo de fin de semana.
En materiales está todo inventado, salvo una de madera antes mentada, la gran mayoría son de cerámica, más o menos fina, pero barro cocido en todo caso; el resto son de metal, desconozco la aleación, aunque suenan y bien. Eso es lo que cuenta. Durante un tiempo intenté conseguir que me hicieran una de cristal, un artesano del barrio de Santiago el Mayor, Reina se llama, pero no hubo suerte (de momento)
Hace unos días, buscando un regalo para un tercero en una tiendita del centro, apareció ella, una huertanica sonriente, hija de la misma artista que me proporcionó la menina, y Marián, siempre dispuesta al agasajo, me la regaló. Una pequeña historia más, la número 41.