miércoles, 22 de diciembre de 2010

El Gordito

Todos los años lo mismo, te levantas el 22 de diciembre henchido de entusiasmo y de ilusión por el Sorteo de Navidad, con todo tu ser predispuesto a la celebración super-mega-estupenda al resultar agraciado con alguno de los suculentos premios que se reparten, que por supuesto, ya tienes más que invertido y gastado de antemano y te vas a tus quehaceres habituales con una oreja puesta en el soniquete de la radio, preparado para la explosión de júbilo en cualquier momento.

La mañana va desgranando lentamente la letanía de los chiquillos de San Ildefonso, junto con las frases hechas de todos los años, intercaladas con los anuncios que pagan la cosa. De vez en cuando, un revuelo lejano, se agudiza el oído, un nuevo número, un premio ¿En qué acaba? ¿Dónde se ha vendido? Nada, aún quedan algunos por salir; sigue la mañana salpicada de sobresaltos lejanos, se van llenando las casillas con los números premiados, y al final, ni la fecha de la visita del Papa, ni la de la victoria en el Mundial de Sudáfrica, ni las de las goleadas del Barsa o del Madrid, ni siquiera la de Nadal ganando el último Grand Slam. Han salido los de siempre, los que el azar ha querido y ese Gordo henchido y lustroso con el que amanecimos todos debajo del brazo, se ha ido desinchando y desvaneciendo poco a poco, hasta quedar reducido a un suspiro resignado y agradeciendo la salud de hierro de que disfrutamos.

 Pero hoy, a quienes sí les ha caído el gordito, ha sido a los de casi siempre, los funcionarios, que no tienen por donde escapar de los nuevos recortes presupuestarios, viendo como una y otra vez, son los paganos de la mala gestión de los que alegre e irresponsablemente, en muchos casos, se han gastado lo que tenían y lo que no, lo que podían y lo que no debían, en la inconsciencia de que ya lo arreglará el próximo manirroto que llegue.

Por la Calle


“La Matanza de los inocentes” (1626). Nicolás Poussin, Musée Condé, Chatilly. Óleo sobre tela.

Esta tarde paseando por esas calles de Dios, iluminadas de Navidad, rebosantes de gentes de tienda en tienda, cargadas de paquetes y bolsas, apresurando compras, ajustando presupuestos en animado charloteo, hemos aprovechado para hacer lo propio.

Ha sido una tarde interesante, sin contar los euros que rápidamente han cambiado de propietario en un par de tiendas, nos hemos encontrado con gentes de distintas épocas de nuestras vidas, a las que no veíamos en mucho tiempo y con las que ha sido agradable compartir una felicitación y mejores deseos. También ha habido ocasión de visitar un par de belenes y escuchar las explicaciones de padres a hijos, en ocasiones peregrinas, acerca de las distintas escenas que los pequeños presenciaban:

- ¡Papá, ese soldado va a matar a un niño! ¿Porqué?
- Porque es malo.
- Papá, hay más soldados matando niños.
- Sí, son muy malos y los matan a todos la misma noche.
- ¿Y no queda ninguno?
- Sí, queda el Niño Jesús que se va con sus padres porque allí no lo quieren.
- ¿Adonde se van?
- Lejos. Cómete el bocadillo.

Esto en el Belén instalado en el Patio del Obispado, cuajadito de carteles: "por favor, no arrojen monedas", con el fin de preservar de la mutilación a las preciosas figuritas navideñas que lo integran.

Poco antes, en el escaparate del Corty, admirando las delicadas figuras de Griñan en una imponente representación navideña allí expuesta, justo al lado de unas maniquíes en sugerentes posturas y ataviadas con atrevida lencería, al pasar por la escena de la matanza de los inocentes, oigo a nuestra espalda:

- ¡A Herodes le tenían que hacer santo también!

Al mirar de reojo para ver quién se atreve con tamaña barbaridad, veo a una muchacha menuda, de treintaipocos o veintimuchos, normalita, con cara de buena. La frase le ha salido espontánea, sin aspavientos. ¿Será la típica interina a la que sus alumnos machacan un día sí y otro también? ¿Será una profe de infantil con treinta chillones por banda? ¿Será una madre agobiada que ha salido a tomar el aire para despejarse? En cualquier caso, sus razones tendrá para pedir la santidad de Herodes ¿Quién no la ha pedido en un momento de ofuscación, para acto seguido arrepentirse profundamente?

Al pasar por el Gato Negro hemos comprado un décimo para el sorteo de Navidad, que ya estaba bien de matanzas de inocentes y de Herodes, por esta tarde.