lunes, 29 de noviembre de 2010

Javi el Naranjero y Pedro el Panadero

Con mayúsculas, tanto el nombre de pila como los oficios de mis protagonistas. No los conozco de toda la vida ni mucho menos, solo cinco o seis años, suficiente para calar a los personajes y homenajearlos a mi manera.

Javi apareció una noche en el telefonillo de casa ofreciendo naranjas, mandarinas y limones; ya surtía de ellos a otros vecinos del edificio, y la comodidad de que la fuente de vitamina C viniera hasta la puerta, justo cuando las vástagas estaban en  edad estupenda de atiborrarse a sanísimos zumos de naranja recién exprimida (como mandan los cánones), nos animó a engrosar la lista de su clientela.

Todos los jueves por la noche, en plena película, serie o lo que estemos viendo en la tele, fiel a su cita, llega con su coche cargado de fruta, unas veces con su novia y otras solo, pero siempre contento y en el ratito del descansillo, mientras descarga su cubo en nuestra cesta, tiene un rato para charlar.  Desde el primer día nos cuenta sus cosas como si fuéramos de la familia; de los huertos en que compra la fruta, de lo buena o dulce que está hoy o de lo difícil que le ha resultado la recolección de la tarde porque la lluvia ha dejado perdidos de barro los campos.

Nos cuenta de su afición a la bici de carreras, de sus salidas con los colegas los fines de semana por esas carreteras de Dios, de Valverde, que es amigo suyo y sale a menudo con la peña, del huerto que ha comprado para tener naranjas propias que vender y lo buenas que están saliendo este año, del teléfono último modelo que consiguió después de larga cola y con el que puede ver películas hasta en el campo. Siempre se va con una sonrisa y un ¡No te dejes la luz de la entrada encendida!. Dura profesión en la que auna los oficios de productor, recolector, transportista y vendedor.

Pedro es panadero de raza, de familia panadera desde 1937 en Archivel, tercera generación, inquieto y emprendedor, un buen día se lió la manta a la cabeza y se vino a Murcia con su idea en la cabeza y las manos llenas de ilusiones. Con el apoyo y ánimo incondicional de su familia, se la jugó a lo grande, nada menos que en el corazón de Murcia, en Santo Domingo. El William de toda la vida se convirtió de la noche a la mañana en el Pan de Oro con su slogan: "Voy a perfumar Santo Domingo con aroma a pan recién hecho".

El 19 de febrero pasado, haciéndolo coincidir con su cumpleaños, abrió sus puertas Pan de Oro. Arropado a partes iguales por su familia y sus amigos, la inauguración fue esplendida y en su devenir diario, pasado ya casi un año, se ha consolidado con su buen hacer y mejor estar. Hasta un premio le dieron por su proyecto emprendedor. Su familia está orgullosa de él y con razón.

Es un hombre cercano, le gusta su negocio, continuamente le busca mejoras y te las cuenta con ese entusiasmo que distingue a los que viven para su trabajo de los que viven del mismo. Se ha traído costumbres del pueblo olvidadas en la gran ciudad, entre ellas la de relacionarse con su clientela, saber de ellos, conocerlos, comentar sus cosas además de la fría transacción comercial que acostumbramos. Calor familiar irradia Pan de Oro más allá de sus puertas.

Humanidad, es la cualidad que sobresale en mis protagonistas, cada uno en su negocio, no solo venden, también y es lo más importante, disfrutan con lo que hacen y le dan sentido a su vida compartiéndola con los demás.