

Nuestro cicerone, tras cerrar la capilla, nos acompaña a la puerta del Santuario, cansado, son las ocho, lleva todo el día al pie del cañón, recibiendo visitantes, calcula que tres mil en este día, y en la puerta, de improviso, se confiesa: está triste, después de casi un año de Jubileo, de miles de visitantes, le queda la impresión de que el sentido religioso no es lo que mueve a la mayoría, no hay valores, -ni se les conoce-, son otros principios o afanes los que la motivan. Un día duro, procurando hacer su trabajo con la mejor voluntad, dirigiendo a la masa visitante que en muchos casos más parecen de picnic que de peregrinaje, unos intentando una oración y junto a ellos, otros vociferando sin, en su ignorante falta de educación, saber estar ni donde están.
No pide religiosidad, ¡Allá cada cual con sus creencias!, no espera que sepan donde están ni lo que allí se venera, no le importa a quién recen ni qué motive su visita, solo pide respeto de los unos a los otros. Un día y otro observando, oyendo inconveniencias, hasta insultos, intransigencias, egoísmo. Hay de todo, ¡Claro, como no! Pero es triste escuchar de su boca qué ya no le quedan fuerzas ni para enfadarse.
Ya es oscuro, ya se cerró el Santuario y el portón de las murallas. Mañana comienza un nuevo mes, nuevo horario, nuevos peregrinos, nuevas ilusiones y promesas y nuestro amigo seguirá allí, con la renovada esperanza en la bondad humana.