Gorrión Común. Passer domesticus |
El Gorrión Común, Passer domesticus, es, sin duda, entre los pequeños pájaros el más conocido. Los machos tienen el píleo gris oscuro, la nuca de color castaño y la garganta negra. Las partes superiores son pardas rayadas de negro, castaño y beige y los carrillos tienen un tono blanquecino o gris claro variable según la época. Las partes inferiores son blancas manchadas de beige y con imperceptibles rayas parduscas. El color negro de la garganta se extiende variablemente hasta el pecho y con frecuencia está manchado de blanco o no es negro, sino marrón o mitad y mitad. El obispillo es grisáceo con tonos pardos y las rectrices de la cola son pardo negruzcas. Las plumas cobertoras medias tienen puntas beige blancuzcas que forman una notoria franja alar.
Aunque común, este no es un gorrión cualquiera, es un gorrión madrileño, del mismo Madrid y de la Plaza Mayor para más señas. Un chulapo de gorrión que se baila el chotis en una baldosa sin despegar los pies del suelo. No sabe lo que es el hambre, come en abundancia y de lo mejor y más caro, que cada miga que cae al suelo en la Plaza Mayor, no baja de euro. Se pasea a sus anchas con suficiencia castiza y revolotea con gracia entre mesas y sombrillas.
El gorrión es quizá el primer ser que despertó en nosotros la responsabilidad por la vida ajena, el primer receptor de cuidados abnegados cuando en nuestra niñez y en una caja de cartón nos desvelábamos por sacar adelante aquel pollito desplumado, que caído de un nido cercano había llamado nuestra atención con su piar desesperado.
Con su pocito de agua, las miguitas mojadas y un paño viejo para acomodarlo, observábamos impotentes como el pequeño ser que brioso piaba, languidecía en un rincón sin responder a nuestros mimos. Un día, no duraba más su corta existencia, un solo día, y a la mañana siguiente pese a nuestros desvelos, un muñeco inanimado se nos aparecía al levantar la tapa agujereada.
Nunca llegó a sobrevivir un gorrión en mis manos, quizá en otras más afortunadas o expertas sí lo hiciera. Aquellos momentos de frustración e impotencia infantil fueron escuela de vida que te enseña a cuidar al desvalido, a afrontar las adversidades, a no rendirte ante la frustración y a reiniciar el camino tras cada tropiezo sin lamentarte más de lo necesario.