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Última Cena |
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Medias de repizco |
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Carro bocina |
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Saxofón |
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Ilusión |
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No hay edad |
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Cofrades músicos |
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Nuestro Padre Jesús |
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Gastadores |
Fue el Viernes Santo Murciano, la
Procesión de los Salcillos, de la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre
Jesús Nazareno, los “moraos”. Moraos de todas las tonalidades posibles, con sus
túnicas nuevas o gastadas con muchos soles mañaneros a sus espaldas; con sus
archifamosas tallas salcillescas, sus estantes, sus penitentes y mayordomos, sus bandas
de música, carros bocina y tambores burlones, sus senás repletas de ilusiones para pequeños y grandes, sus cirios y
cruces, sus pies descalzos y capirotes apuntando al cielo.
Esa fue la Procesión un año más,
en un día radiante que iluminó como siempre a una Cofradía que necesita del
Sol para lucir con todo su esplendor, y el Sol le hizo un guiño favorable en
una semana de tiempo incierto.
Tres horas, entre encontrar
lugar, esperar el cortejo y ver pasar al último soldado del piquete de
paracaidistas, dan para muchos y hasta insólitos sucesos: desde la niña que
acomoda su madre en una silla vacía a nuestra vera y que cuando regresa, pasado
un tiempo, para ver si quiere ir a otro lugar en el que le ha encontrado
acomodo, prefiere quedarse con nosotros y seguir escuchando historias de Semana
Santa mientras alarga el brazo para alcanzar los caramelos que le ofrecen los
penitentes, hasta la inesperada ducha de cerveza helada que entre La Cena y El
Huerto, me chorreó la espalda y que dio lugar a un almuerzo tan inesperado como
opíparo de parte del involuntario “regaor”, que parapetado tras la ventana
desde la que habían cometido el desatino, intentó con todo éxito hacerse
perdonar y acabar emplazándonos en el mismo lugar para el año próximo.
Da tiempo a conocer a los vecinos
de silla, a charlar con los amigos que viven en el edificio de enfrente y que
con toda su familia contemplan el cortejo desde sus engalanados balcones, hasta
ver a esa magnífica niña que camina con su cruz y que en pocos días cambiará
por el ramo de novia y que te envía un puñado de caramelos, a echar un chascarrillo con ese padre de numerosa familia repartida por el cortejo, o ese diminuto
penitente ofreciendo sus golosinas a los niños que se acercan, y a saludar a la compañera de trabajo que,
apresurada, pasa dejándote su rastro en las manos, o a ese compañero de
carrera, estante de Nuestro Padre Jesús, y tantas y tantas anécdotas que hacen
diferente cada Viernes Santo en la calle de San Nicolás.