Saltamontes (Caelifera) |
Langostas |
Así de primeras, los saltamontes no son de esos bichos adorables que te llevarías a casa porque te enamoran con su encanto. Es más, se de quién posee una especie de radar que los detecta aún antes de que se le acerquen, como a las cucarachas, y le permite dar un rodeo a una prudencial distancia de ellos.
Si los observas de cerca, y te dejan, ves una especie de máquina acorazada que con toda seguridad ha servido de modelo a más de un monstruo de película y que solo de pensar en sus antepasados prehistóricos con un tamaño cien veces superior al actual, se te ponen las antenas tiesas.
Los antepasados de estos fueron los que se zamparon los campos del Faraón en la plaga bíblica, arrasando con todo y desde entonces su aparición en masa no presagia nada bueno. Menos mal que los chinos se los comen, porque son muchos y así mantienen controlada la población (digo yo), y hablando de gustos, con absoluto respeto por los gustos chinos y demás orientales, yo personalmente prefiero los saltamontes marinos en cualquiera de sus versiones: gambas, langostinos, carabineros, bogavantes, cigalas o sus primas las langostas de mar.
Volviendo al tema, estos dos están cumpliendo con su deber, que es aparearse convenientemente y como la naturaleza es muy sabia, el grande hace de madre y el pequeño de padre. Eso sí, se lo toman con tiempo, ni un gesto, ni una palabra más alta que otra, ni un movimiento fuera de lugar, sin concesiones a la galería, ni una sonrisa, ni siquiera una mueca. Nada, solo concentración y la mirada fija en el infinito de esos ojos soñadores con los que se declaran la fidelidad del momento.
Y ahí están, haciendo el amor en público, desnudos y con cara de circunstancias, como solo un saltamontes sabe ponerla. Si disfrutan o no solo lo podremos averiguar por el lenguaje de sus antenas y ¿quién lo conoce?