sábado, 21 de mayo de 2011

De Callao a Sol reflexionando

Manifestantes

Ahora que llegamos al periodo de reflexión antes de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo y puestos a reflexionar, ¡hay que ver la de asuntos diversos que se ventilan en un centenar de metros en el centro de la capital de España!

Por un lado, en Callao, los ciudadanos enfurecidos por la posible privatización del Canal de Isabel II, que es el que da de beber a todos los madrileños con una calidad del agua envidiable, -por lo menos para los suresteños del Taibilla a los que hasta el agua nos engorda-, dan rienda suelta a sus congojas. A lo que iba, que me disperso, decía que los manifestantes madrileños se manifiestan en cuanto ven peligrar las aguas que han de beber, como los murcianos, almerienses o alicantinos, porque en todas partes cuecen habas y para eso hace falta agua.

Lo bueno de la escena, animada por coloridas banderolas, es la aparición al fondo de la imagen de la foto del candidato madrileño a presidente de la gente común (que no vulgar) por el PSOE, el díscolo Tomás Gómez mirando al infinito, y justo debajo de él, el que pudiera ser su eslogan de campaña: “El Sicario de Dios”. ¡Toma ya coincidencia!, los de la UGT en la tierra con las pancartas y el Sicario de Dios mirando al Cielo.

Musicos callejeros

Pero es que sigues calle abajo en dirección a la Puerta del Sol y te encuentras el tenderete de los “artistas de la percusión sobre cuerda” sacudiéndole a sus instrumentos con frenética habilidad y gesticulando como posesos. Estos músicos-espectáculo venidos del proceloso Este, se ganan una pasta gansa a costa de repetir mil y una vez sus melodías, ¡que ya son años los que llevan en el mismo lugar! Y los que les quedan, porque le han cogido el gusto al sitio.

Mitinero

Con los oídos saturados de músicas étnicas, desembocas en la Plaza y te topas de bruces con un “kit para mitineros en campaña” desde cuya tarima, un candidato del PP curtido en mil batallas y centrado en tí, desgrana en lenta letanía las maravillas de la ciudad, lo acogedor de sus gentes, los logros realizados y los milagros por realizar, ante un auditorio más interesado en retratarse que en escuchar al buen señor, que pone todo su empeño en hacerse con un auditorio disperso.

A los manifestantes de Callao, los únicos que les hacían caso eran unos cuantos policías en traje de faena con el cigarro en la mano y charlando en animados corrillos, al pepero mitinero tampoco le iba mucho mejor la tarde, con una docena de simpatizantes haciendo bulto, y los que sí que tenían público para aburrir, eran los músicos callejeros, y eso que ellos, a diferencia de los anteriores cobraban por su espectáculo, eso sí, la voluntad.

Así que, ¡a reflexionar!