Reloj solar con morera |
El más tonto hace relojes, pues eso me ha pasado a mí. A cuento del alcorque con el tronco de una antigua morera sobre el que crece una nueva, como alegoría del paso del tiempo y del resurgir de la vida sobre sí misma, me he inventado un cuasi-reloj de sol.
¿Qué más da que el tronco esté o no en la posición correcta con el ángulo adecuado y en la orientación precisa para que la hora marcada sea real? Y si no lo es ¿realmente le importa a alguien la precisión en la medida del tiempo?
Los primitivos medían el paso del tiempo según pasaban el sol y la luna sobre sus cabezas y las causas de muerte más habituales provenían de los bichos más grandes que ellos cuando se los comían, o de sus propios vecinos en la disputa por los bichos más pequeños que les servían de alimento, inmersos todos ellos en la cadena trófica de la vida.
Ahora hay empresas especializadas en optimizar los tiempos para incrementar la productividad. Ya no hay bichos grandes que se nos coman, pero la gente sigue muriendo igualmente, por cuenta del estrés y los infartos provocados por la necesidad de cumplir horarios, plazos y citas a toda prisa.
Cuando se olvida el reloj al salir de casa, además del aro blanquecino en la muñeca, nos queda un sentimiento de inseguridad absurda al no poder lograr la conjunción espacio-tiempo a nuestro antojo con solo un vistazo, y la sensación de incomodidad nos acompaña hasta la vuelta.
He de reconocer que soy un patológico puntual y vivo con ello. Una más de las autoimposiciones humanas que ni se comen, ni se beben, ni se respiran, pero sin las cuales nos sumergiríamos en el caos más absoluto. El tiempo nos gobierna con mano de hierro; no ponemos en tela de juicio su dictadura y nos recogemos bajo su manto protector para dar sentido a nuestro devenir diario.
En mi reloj dan las 13,30h. ¿Y qué más da?