domingo, 17 de octubre de 2010

El paso

Tengo dos seguidores incondicionales (y algunos lectores más) de este rincón de sastre, que llaman blog. Un blog sin seguidores es como un diario debajo de la cama; yo ya tengo dos, uno mi amigo Antonio y otro mi hija Blanca; no podía ser de otra manera, dos asideros importantes en la vida,  la amistad y la familia; hay más, pero estos son importantes.

Lo bueno de tener un amigo es que sabes que está ahí, lo veas mucho o poco, tengas más o menos relación, está ahí, te acuerdas de él y sabes que él también se acuerda de ti. Normalmente no necesitas nada en tu devenir diario, pero si lo necesitas, él está ahí, disfruta con tus alegrías y sufre con tus penas. Cuando me contó que colgaba sus fotos de barcos en un blog, me acordé del mío, creado y abandonado al mismo tiempo y me animé a retomarlo. Ahora nos seguimos mutuamente, nos enseñamos nuestras cosas.

Cuando Blanca se enteró de que yo hacía mis pinitos blogueros, yo me enteré de que ella ya hacía los suyos por su cuenta. ¡Que cosas! Tan cerca y tan lejos, ahora nos permitimos el lujo de conocer otras facetas de nuestra vida que en nuestra relación casera no surgen. Bien. 

Echo mano de mi lista de contactos en el outlook y veo la cantidad de personas con las que comparto ese medio de comunicación: trabajo, familia, ocio ... Bueno, algunos de ellos seguro que se entretienen con mis cosas, rebuscando en mi cajón de sastre, así que he decidido dar el paso de compartirlo con ellos. Saludos cordiales.

Bodas


Cuando estaba de estreno de este blog, allá por el 19 de mayo de 2006 y tras la comunión de Elisa, me preguntaba yo por la siguiente boda que sucediera a las de Pilar-Yayo y Silvia-Adolfo, sin caer en la cuenta de que esto de las bodas suele traer consecuencias para las partes contratantes, así, se han intercalado los bautizos de Guille y Miguel Roque en La Romaneta.

Pues bien la incognita fue desvelada y continuó la saga de matrimonios familiares el pasado 3 de septiembre, con el ¡sí quiero! de Celia y Agustín que hizo las delicias de los asistentes, aunque también arruinó más de un maquillaje como consecuencia de las intervenciones de hermanos y hermanas que pusieron un nudo de emoción en la garganta de los asistentes y más de una lágrima incontenida en las primeras filas.

Ayer asistímos a otra boda, la hija de una compañera de trabajo, a la que he visto crecer a toda prisa desde el patio del colegio Jesús María, hasta el altar, pasando por la escuela de Ingenieros de Caminos de Valencia, donde le echó el ojo a su profesión y a su consorte.

Da gusto ir de boda, son emocionantes, todos estamos contentos, nos llevamos bien y lo pasamos mejor; vemos familia con la que nunca coincidimos, conocemos interesantes compañeros de mesa, nos desmelenamos en la pista de baile y nos retiramos cuando el cuerpo se rinde, comentando la jornada. En esta sociedad que todo lo reglamenta y organiza, debería ser un derecho constitucional y una obligación ineludible la de asistir, al menos, a una boda al año. ¡Vivan los novios!