sábado, 26 de marzo de 2011

Querida Anita:



¿Recuerdas que bien lo pasamos?, no hace mucho quedamos en vernos de nuevo para las próximas vacaciones y celebrar tu noventa cumpleaños, y hoy me entero, de improviso, que no vas a acudir a la cita. Al principio he sentido rabia e impotencia por lo inesperado de tu marcha que me ha impedido despedirme en condiciones; después, más calmado, me he dado cuenta que no se trataba de lo que yo quisiera sino de lo que tu dispusieras y me he conformado, a regañadientes, pero lo he hecho.

Me han contado que ayer tuviste un buen día, que lo disfrutaste en familia saliendo por unas horas de San Camilo para agasajarles como tú sabes y despidiéndoles hasta la próxima, con los ojos algo húmedos y cubriéndoles de besos. Y te fuiste a la cama echando de menos a tu Cesar, como todas las noches, como todos los días y quizá, solo digo quizá, anoche os echasteis tanto de menos que no pudisteis esperar más para reuniros de nuevo.

Me gusta oír tu voz al teléfono y tus risas cuando te saludo con mi ¡hola guapísima! de siempre y como te interesas por mis chicas, por sus cosas, como me agradeces una y mil veces mis llamadas, como te emocionas con cualquier palabra cariñosa y cuanto nos quieres, porque sé que nos quieres, que nos has tenido en tus oraciones en los momentos difíciles y que has pedido por nosotros a tu Cesar y a toda la Corte Celestial cuando más falta nos hacía.


Ahora ya no voy a tener que pensar si estás en tu habitación, en el comedor o de paseo por los pasillos de San Camilo para calcular la mejor hora de llamarte, pues vamos a poder conversar en cualquier momento, sin telefonista, cuando nos apetezca, te seguiré llamando, a ti y a Cesar a esa San Camilo celestial en la que ahora volvéis a estar juntos y te contaré nuestras cosas, como siempre, pero ahora también aprovecharé para pediros vuestro amparo. Espero no abusar.

Me despido ya, pero me quedo con tu voz alegre y siempre joven, con tu sonrisa, con tu cariño, con tu ánimo, con tus pasos cansados, con tus lágrimas furtivas, con tus entrañables mensajes en el contestador que oíamos una y otra vez sin borrarlos y con tus besos apresurados en las despedidas. Me apena que te hayas ido y hoy  también yo te lanzo un puñado de besos apresurados.