¿Quién no ha perdido las llaves alguna vez? ¿Las de casa? ¿Las del coche? ¿Todas a la vez?. Que mal se pasa, es una sensación de fastidio e inseguridad a partes más o menos iguales, mucho más desagradable que dejarse las llaves dentro de la casa, porque en este caso el consuelo es que sabemos donde están y solo hay que llamar al cerrajero para que nos abra la puerta.
¿Qué hacer? Iniciamos la búsqueda lo más coherentemente posible, primero en el entorno más próximo: la ropa, el coche, la oficina, el bar del desayuno, el centro comercial, la tienda que hemos visitado... Cuando este primer rastreo resulta negativo, ampliamos el radio de acción: andamos y desandamos el camino recorrido desde que tuvimos conciencia de la pérdida, preguntando en los establecimientos abiertos junto a los que hemos pasado y mientras tanto retorcemos la memoria buscando el recuerdo exacto que nos lleve a nuestras llaves.
La última esperanza nos la brinda la oficina de objetos perdidos de la Policía Nacional o la Local, donde en teoría los cívicos ciudadanos que encuentran algo en la calle lo depositan cumpliendo su obligación. Si la suerte no nos ha sonreído, y no suele hacerlo, pasamos a la última y dolorosa fase, asimilamos el problema, dejamos de maldecir nuestra torpeza y decidimos cambiar el bombín de la llave principal al tiempo que encargamos un nuevo juego completo con la íntima esperanza de que, a pesar de la concienzuda búsqueda, en algún momento y de forma inopinada, aparezcan las llaves perdidas.
Hoy alguien ha perdido las llaves de su casa en la calle, otro alguien las ha encontrado y las ha dejado en el lugar más próximo al hallazgo: un cajetín adosado a un semáforo a metro y medio de altura -donde el botón para pedir paso-, y otro alguien, yo, las ha llevado a la tienda más cercana y se las ha dejado al dueño por si, con un poco de suerte, el perdedor de llaves utiliza el sistema de búsqueda descrito y las recupera.Me alegraré si esto sucede, igual que yo me he alegrado en las múltiples ocasiones que me he dejado las llaves de la moto en la cerradura del baúl y siempre ha habido un buen samaritano que ha sabido donde llevarlas para que pudiera recuperarlas. Si este mundo en el que vivimos fuera un poco menos frenético y viviéramos un poco más relajados, todos seríamos más felices y ¡Perderíamos menos llaves!
