viernes, 12 de noviembre de 2010

Llaves perdidas

¿Quién no ha perdido las llaves alguna vez? ¿Las de casa? ¿Las del coche? ¿Todas a la vez?. Que mal se pasa, es una sensación de fastidio e inseguridad a partes más o menos iguales, mucho más desagradable que dejarse las llaves dentro de la casa, porque en este caso el consuelo es que sabemos donde están y solo hay que llamar al cerrajero para que nos abra la puerta.

¿Qué hacer? Iniciamos la búsqueda lo más coherentemente posible, primero en el entorno más próximo: la ropa, el coche, la oficina, el bar del desayuno, el centro comercial, la tienda que hemos visitado... Cuando este primer rastreo resulta negativo, ampliamos el radio de acción: andamos y desandamos el camino recorrido desde que tuvimos conciencia de la pérdida, preguntando en los establecimientos abiertos junto a los que hemos pasado y mientras tanto retorcemos la memoria buscando el recuerdo exacto que nos lleve a nuestras llaves. 

La última esperanza nos la brinda la oficina de objetos perdidos de la Policía Nacional o la Local, donde en teoría los cívicos ciudadanos que encuentran algo en la calle lo depositan cumpliendo su obligación. Si la suerte no nos ha sonreído, y no suele hacerlo, pasamos a la última y dolorosa fase, asimilamos el problema, dejamos de maldecir nuestra torpeza y decidimos cambiar el bombín de la llave principal al tiempo que encargamos un nuevo juego completo con la íntima esperanza de que, a pesar de la concienzuda búsqueda, en algún momento y de forma inopinada, aparezcan las llaves perdidas.

Hoy alguien ha perdido las llaves de su casa en la calle, otro alguien las ha encontrado y las ha dejado en el lugar más próximo al hallazgo: un cajetín adosado a un semáforo a metro y medio de altura -donde el botón para pedir paso-, y otro alguien, yo, las ha llevado a la tienda más cercana y se las ha dejado al dueño por si, con un poco de suerte, el perdedor de llaves utiliza el sistema de búsqueda descrito y las recupera.

Me alegraré si esto sucede, igual que yo me he alegrado en las múltiples ocasiones que me he dejado las llaves de la moto en la cerradura del baúl y siempre ha habido un buen samaritano que ha sabido donde llevarlas para que pudiera recuperarlas. Si este mundo en el que vivimos fuera un poco menos frenético y viviéramos un poco más relajados, todos seríamos más felices y ¡Perderíamos menos llaves! 

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