¿Y los carritos del Hiper? ¿y las farolas troceadas y destripadas? ¿y las esculturas en rebanadas y previamente pintarrajeadas? ¿y las catenarias de los trenes? ¿y los tirantes de los puentes? ¿y las vallas amarillas de las obras? ¿y las bicis despistadas? ¿y las furgonas desguazadas?...
¡Compro oro!, ¡compro chatarra!, qué más da, mientras haya quién compre sin preguntar demasiado, habrá otro dispuesto a conseguir la mercancía; y así, se roban vehículos a la carta, lo mismo da que sean coches de alta o media gama, camiones, tractores o motocicletas, herramientas agrícolas o industriales.
Cuando la necesidad aprieta, nadie se anda con chiquitas, que algunos, los menos, roban para comer, los demás pescan en río revuelto: las mafias propias y ajenas, los colgados de las drogas de todos los colores, los niños bien por el subidón de lo ilícito, los niños mal porque no hay otra cosa, y siempre hay alguien al otro lado con pocos escrúpulos y menor vergüenza, que hace del delito ajeno el negocio propio.
Ese, ese es el RECEPTADOR: "Incurren en un delito de receptación quienes conociendo la existencia de un delito contra la propiedad del que no han tomado parte, y con propósito de enriquecerse, ayudan a los responsables del mismo a aprovecharse de sus efectos, o bien reciben, adquieren o esconden los efectos resultantes del delito".
A ese es al que hay que perseguir, al que hay que trincar y poner a la sombra e imponerle tales penas que tanto a él como a sus colegas se les quiten las ganas de repetir. Que no digo yo que hubiera de cortárseles las manos, ni los dedos, ni ninguna otra cosa sobresaliente, pero unos buenos escarmientos ejemplarizantes actuarían como mano de Santo.
¿Porque, si nadie comprara mercancía dudosa, quién se molestaría en jugársela para conseguirla?
Algunos, pero no tantos. Seguro.