sábado, 8 de enero de 2011

A Remolque


Una mañana de soleado domingo en la bocana del puerto de Campoamor, en pleno mes de enero y en manga corta; el microclima funciona una vez más y la temperatura es fantástica. La escollera está salpicada de pescadores y paseantes disfrutando de la agradable jornada; los barcos entran y salen deslizándose por la mar en calma. Todos disfrutamos del sol, la brisa, la vista, el paseo, la charla... bueno, todos no, en la placidez del momento, un ronroneo atrae nuestra atención hacia mar adentro, dos lanchas se vislumbran a lo lejos dirigiéndose lentamente hacia el abrigo del puerto; cuando ambas embarcaciones se acercan en la distancia, el cabo que las une revela dificultades, alguien no está disfrutando como pretendía.

Algo que sucede a menudo, un motor que se para, combustible agotado, fallo eléctrico, timón descolgado, tantas posibilidades, que no es raro presenciar una estampa similar de cuando en cuando. Pero esta tiene un algo de tierna resignación que me llamó la atención. El patrón socorrido, ante lo inevitable de la situación, decidió sobrellevar su rescate apaciblemente sentado en la proa de su bote, dejándose llevar dócilmente por su salvador hacia la seguridad del puerto. Podría haberse quedado en la bañera desentendiéndose de la maniobra, o en su puesto de mando  conservando la dignidad del capitán, pero prefirió darle la cara al viento asumiendo su situación y agradeciendo la ayuda prestada, o al menos esa fue la sensación que me quedó.

Continuamente se nos plantean situaciones inesperadas y no siempre agradables, a las que debemos buscar la mejor solución, y esta llegará sin duda, si las encaramos con entusiasmo y sin dejarnos llevar por el fatalismo y el abatimiento. Mejor ir en la proa sacando el mayor partido de la situación, que enfurruñarnos en la popa compadeciéndonos de nuestras miserias.

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