domingo, 27 de febrero de 2011

Emparedada

Torre desde la calle La Fuensanta
Si hay algo que destaca en el horizonte murciano cuando te acercas a la ciudad por cualquiera de sus cuatro puntos cardinales, ese algo es la Torre de la Catedral, que con sus 98 metros a la punta de la veleta, hasta hace muy poco constituía el referente indiscutible en el skyline murciano. Renacentista, plateresco, barroco, rococó y neoclásico, son los estilos arquitectónicos que se superponen a lo largo de los más de dos siglos y medio que llevó su construcción.

Además de torre, es campanario, nada menos que 25 campanas se alojan en su interior, cada una con su nombre, desde la más antigua, La Mora, hasta la última, La Nueva, y que con su tañido llevaron y llevan hasta los confines de la huerta el anuncio de riadas, guerras, defunciones, celebraciones y fiestas, vamos, como el twitter o el facebook de ahora.

La última vez que subí a la Torre de la Catedral fue hace muchos, muchos años, con la intención de tirarle los tejos a una moza en la soledad de sus alturas. La jugada no me salió como esperaba, porque apareció guarnecida por una nutrida parentela que me impidió dar rienda suelta a mis anhelos. La moza se escurrió en aquel momento, y bajé con las orejas gachas y calambres en los gemelos, pero con el tiempo acabó sucumbiendo a mis múltiples encantos, tal como me había sucedido a mí con los suyos.

Cuando todas las mañanas paso presuroso por la intersección entre las calles Isidoro de La Cierva y La Fuensanta, no dejo de echar una fugaz mirada a la torre que al fondo se aparece, emparedada entre dos anodinos bloques de hormigón y cristal que aún resaltan más su belleza de caliza dorada y me recuerda aquel fugaz asalto de juventud.

A mi chica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado el recuerdo... y leer para sonreir es el mejor plan para una tarde de domingo desapacible, que se está arreglando.Un besito