Todos los días cruzo varias veces el río Segura, andando, en moto o en coche, por alguno de los puentes y pasarelas de que disponemos los ciudadanos para ello. Cada uno de ellos tiene sus peculiaridades y ventajas o inconvenientes en función del modo de transporte que se utilice.
Para el peatón resulta especialmente antipático el Puente del Hospital -en la foto-. Antiguamente este puente conectaba el Polígono del Infante Juan Manuel con el antiguo Hospital Provincial. Era un puente sencillito: un tablero por el que circulaban los automóviles en ambos sentidos y dos aceras laterales para el tránsito de peatones. Sencillo, vulgar, cómodo y funcional.
Cuando al Hospital Provincial se lo llevó para adelante la aluminosis, el nivel freático y alguna otra causa más, los gobernantes regionales decidieron construir un nuevo y fastuoso hospital en su lugar, el Hospital General Universitario Reina Sofía, y ya que estaban, remodelaron la zona y los accesos, reordenando el tráfico y ampliando la capacidad del antiguo puente.
Aquí entró en escena el afamado Arquitecto e Ingeniero, D. Santiago Calatrava, quién partiendo de los mimbres existentes, dio a luz el precioso puente que nos ocupa, y que algún maledicente no tardó en bautizar como "La compresa con alas". Al tablero original se añadieron dos laterales para el tráfico rodado, quedando el original para paso de peatones y acoplando a los laterales dos vistosas alas blancas, señas de identidad del autor y que confieren al conjunto un punto de elegancia.
Pero D. Santiago seguramente no ha cruzado nunca el río Segura por su puente, porque de haberlo hecho, se habría dado cuenta de lo absurdo que resulta tener que atravesar cuatro pasos de cebra con sus correspondientes cuatro semáforos, además del puente, para cambiar de barrio, cuando para hacerlo por cualquier otro puente o pasarela, no son necesarios más de dos. Don Santiago lo hizo bonito y además cómodo para vehículos, pero se olvidó de los pobres mortales que caminamos y que esperamos de los genios nos faciliten la vida, aunque sea a costa de estrujar su cerebro un poco más, en ocasiones.
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