domingo, 11 de diciembre de 2011

Historia de un Rolls Royce Amarillo

El espíritu del Éxtasis

A veces las películas te recuerdan la realidad y en otras ocasiones sucede lo contrario.

Este es el caso del Rolls Royce de mi historia, que me recordó aquella divertida película de 1965, plagada de estrellas del momento, que nos cuenta como un lujoso Rolls Royce Phantom II amarillo va pasando por las manos de los conductores más extraños y pintorescos y vive las historias, ambientadas hacia finales de los años veinte, que les suceden a sus sucesivos dueños, todos ellos orgullosos de poseer el elegante vehículo. 

Reparto de El Rolls-Royce Amarillo

Y aquí va la historia:

Presentación.

Bar–Restaurante “Alameda”, Barranda, hora de comer y una decena de coches aparcados en batería. Todos normalitos, todos menos uno, un impecable Rolls Royce Silver Shadow II del 80 de color amarillo canario ocupa majestuoso una plaza. Matrícula de histórico, el volante a la derecha y sobre el salpicadero una gorra de plato de corte marino.

Con curiosidad entramos al comedor, en el que varias mesas ya están ocupadas por clientes que comen o esperan ser servidos mientras el fuego chisporrotea en la chimenea del salón.

Varias mesas están ocupadas por grupos de cuatro o más personas y otras tres, además de la nuestra, por parejas de mediana, tirando a más que mediana edad.


Desarrollo.

Como un juego, intentamos reconocer por la apariencia de los presentes a los propietarios del Rolls. Como primera medida, centramos nuestra atención en las tres parejas que comen solas como más probables candidatos y de entre ellas buscamos al caballero que más dé el perfil de marino, por lo de la gorra, aunque del resto del uniforme no hay rastro.

El caballero qué da mejor el perfil de marino, resulta que bebe vino con gaseosa, y no se maneja con la delicadeza supuesta al dueño del Rolls, así que la duda se reduce a dos posibles candidatos y de entre ellos, una de las parejas resulta descartada por no reunir un mínimo de requisitos que uno, en su mente calenturienta le atribuiría al feliz propietario del vehículo.

El caballero de la gaseosa y esposa, desfilan los primeros y el Rolls no se mueve del sitio. ¡Vamos bien!. Poco después hace lo propio nuestro principal candidato junto a su pareja y ... ¡Oh decepción!, el Rolls se mantiene inmóvil. Bueno, parece que las dotes de observación andan algo oxidadas y al final, la tercera pareja será la victoriosa. Pues no, también se van y el coche sigue en su lugar.

A estas alturas, Sherlock y Watson tiene un poco tocada la autoestima y dirigen sus miradas a las mesas de grupo, con poca esperanza de encontrar la solución al enigma. De los tres grupos, sin mucho entusiasmo, se decantan por uno que parece más postinero. Otro chasco; el Rolls parece clavado al asfalto.

El juego ha durado toda la comida y a los postres, entre los chupitos, el té y la leche frita –que está de pecado-, el interés inicial está más que marchito, y valiente lo que nos importa a estas alturas, quién sea el propietario del llamativo coche.


Rolls Royce Silver Shadow II. 1980


Desenlace.

Al salir del comedor y entre las despedidas, ya rendidos al fracaso, pero con un punto de curiosidad, Watson le pregunta a la camarera que nos ha atendido, si conoce al propietario del Rolls.

Pues claro que lo conoce, es uno del pueblo, ese señor que está en una esquina de la barra con su mujer y dos zagales tomándose un cafelito.

- ¿Quieres que le diga que te enseñe el coche?

- Si no es mucho molestar ... (después de tanto cavilar, qué menos)

Y allá que nos presenta al orgulloso propietario, quién adquirió el vehículo hace dos años, (por mucho menos de lo que la gente piensa), porque en una boda vio uno y se quedó prendado. Y mientras Watson se sienta al volante, rodeada de cuero y madera trabajados hace más de treinta años, nos enteramos que no es caro de mantener, que las piezas las mandan por mensajero con gran rapidez, que consume 25 litros de gasolina cada 100 kilómetros y que la gorra de plato la compró hace poco, pues buscaba una gorra de chofer ...

Moraleja.

¡Qué sabio el refrán español “Las apariencias engañan”, que nos enseña a no hacer caso de todo lo que se oye o lo que se ve a simple vista!

Carteles película: Internet

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Qué buen día, Sherlock!! Preparada para la siguiente aventura.
Watson

ATerrer dijo...

Lo que no pase en Barranda, no pasa en ningún sitio.