sábado, 15 de octubre de 2011

Un Homenaje

 
Un día cualquiera en la cola de Eroski para pagar cuatro encargos de última hora, cuatro gatos en la tienda y cuatro más en la cola.

Mientras la cinta transportadora avanza sin parar, los clientes depositan su mercancía sobre ella.

La cajera me saluda de lejos; me conoce. Delante de mí un africano flaco y mugriento, -si se me permite la expresión, que por otra parte le describe con exactitud-, me cede el paso amablemente, mientras la señora que le antecede hace hueco en la cinta para el siguiente: él.

Declino el ofrecimiento y aguardo paciente mi turno para pagar, sin atropellar al inmigrante.

Lleva dos litronas de La Estrella, por lo que no debe ser muy musulmán o es poco practicante -me comento a mí mismo mientras lo observo con curiosidad-. Viste de prestado pero conjuntado, los mugrientos y holgados pantalones vaqueros le hacen juego con el no menos mugriento niqui y entrambos, unos celestes calzones a la moda actual, esto es, fuera de su sitio.

Lo exótico, el contenido de los abultados bolsillos traseros y que asoma a duras penas con un tono rosa delatador: un buen puñado de langostinos, pillados al descuido de la pescadera y embutidos hábilmente en la trasera, fuera de la vista de mi amiga.


Con cara de no haber roto un plato en su vida –lo bueno de ser negro es que no se nota si te pones colorado-, el prójimo de Africa recuenta sus monedas y paga las bebidas, alejándose triunfal por el pasillo, más chulo que un ocho con su botín en los bolsillos.

¡Líbreme el Señor de acusica! Una vez ido el caballero, comento la jugada con la cajera amiga, quién con cara de sorpresa primero, pena después, y resignación por último, sentencia: “el pobre, menos mal que no le ha dado por el jamón”.

¿El jamón? ¡Vaya usted a saber donde llevaba metido el jamón! Lo que está claro es que el moreno se iba a dar un buen homenaje a cuenta de la Corporación Mondragón, que seguro sabrán perdonarlo.
Fotos: Internet

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