miércoles, 9 de marzo de 2011

La mili que se fue


Hoy se cumplen 10 años del final de la mili obligatoria. El Real Decreto de 9 de marzo de 2001 supuso el punto y final a más de 200 años de servicio militar obligatorio en España. Vaya por delante que yo no hice la mili porque me pasé cinco años pidiendo prórrogas por estudios hasta que por "culpa" de la miopía resulté "excluido total del contingente militar" en noviembre del 83. Pero para llegar a este "final feliz" en mi carrera militar, hube de pasar por un momento culminante de incertidumbre que paso a relatar.

Una vez se me acabaron las prórrogas por estudios, y por medio de la Policía Municipal de Cartagena, fui citado para comparecer ante la Junta de Clasificación y Revisión al objeto de ser reconocido por los Vocales Médicos de la misma.

Según la citación, debía presentarme entre las 5 y las 9 de la tarde del día en cuestión en el Hospital de Marina de Cartagena. Como a la sazón y por mor de mis estudios residía en Murcia, preparé mi equipaje para la pernocta en el Hospital y allá que me fui. Allí coincidimos un grupo de mozos, ya un poco talluditos para aquello de la mili, a los que se nos habían acabado las excusas dilatorias para cumplir con la madre Patria.

En un pabellón enorme, con hileras de camas a los lados, pasamos inquietos la noche a la espera del temido reconocimiento que nos declarara aptos o inútiles. Ni que decir tiene que allí todos nos sentíamos unos inútiles redomados. A la mañana siguiente, en una fila silenciosa de calzones y camisetas blancas, nos enfrentamos al comandante médico y su ayudante.

Uno a uno nos midieron, nos pesaron, nos auscultaron, y acabamos ante la tabla optométrica para medir la agudeza visual del personal. El comandante se encontraba ligeramente adelantado y su ayudante quedaba a su espalda; cuando el mozo que me precedía comenzó a contestar a sus preguntas sobre el contenido de la tabla, el ayudante disimuladamente empezó a hacerle señas, hasta que el jefe médico, que no tenía un pelo de tonto, se dio cuenta de que el mozo tramposo miraba más por encima de su hombro que a la dichosa tabla. Girarse de improviso y trincar al ayudante en plena mueca, fue todo uno.

¡Menudo rebote se cogió!, el ayudante se diluyó literalmente, el reconocimiento quedó suspendido y nos devolvieron a todos al pabellón con nuestros calzones y camisetas de tirantes hasta la mañana siguiente. El colega tramposo se justificó como pudo, el ayudante era conocido suyo y habían urdido un plan infalible para fracasar en la medición de la agudeza visual. Infalible hasta que los pillaron.


Si la primera noche ya nos resultó tensa, la segunda para qué contar, ninguno dormimos, tampoco hablamos. Por la mañana vuelta empezar, sin ayudante, mano a mano con el jefe, sesión interminable de letras y números, pupilas dilatadas, fondos de ojo escudriñados y sensación de gusanos despreciables hasta que nos soltaron. Después de una semana de incertidumbre llegó la ansiada “exclusión total”. Hasta mucho después no supe que el colega tramposo se chupó una mili de las largas. Mentiría si dijera que no me alegré un poquito.

La mayoría de mis conocidos no hizo la mili, aquello de las prórrogas por estudios que se continuaban con las exclusiones por tener hijos y demás triquiñuelas, aligeró de universitarios los cuarteles. Sin embargo, algunos sí la hicieron y de buen grado, como el bueno de Antonio, al que un día cualquiera del 85 acompañamos su padre y yo al Cuartel de Instrucción de Marinería de Cartagena. Con su petate, un bocadillo y su sonrisa de oreja a oreja, atravesó aquellas enormes puertas para cumplir con la Patria en la Armada, la mili más larga de todas, en su destino soñado: la mar y el PVZ 34 Alcanada, el patrullero de altura donde templó el carácter y se convirtió en el marino que nunca dejará de ser.

No siento haberme perdido la mili, pero sí es cierto que cuando Antonio rememora la suya a bordo, un cosquilleo de envidia me recorre el cuerpo.

1 comentario:

ATerrer dijo...

Bueno, bueno no está nada mal. Siempre habrá historias de la mili que contar. Un abrazo