Bien mirada, parece la “furgo” de los cazafantasmas y al operario solo le falta el casco, el artilugio en la mochila y que en vez de echar agua por el tubo, este aspire todo tipo de masas materiales e inmateriales. El "atrapachicles" junto con la "motocaca", constituyen la prueba irrefutable de nuestro incívico proceder en la vía pública, y a los que se habrá de añadir dentro de poco el "chupacolillas" o cenicero móvil.
No digo yo que todos nos vayamos dejando las cacas de los perritos allá donde estos las planten, que cada vez se ven más dueños bolsa en ristre a la caza de la caca calentita, y aún así, aún quedan muchas a la espera de que algún incauto se las lleve puestas al caminar. Hasta que la ordenanza municipal del ramo no se ha puesto persuasiva a base de multas, al personal le ha costado concienciarse de la conveniencia de hacerse cargo de sus cacas perrunas.
A lo que iba, que me disperso, no es casualidad que los operarios de los servicios de limpieza vistan de naranja chillón, sobre todo alguno de ellos como el que hoy me ocupa, el atrapachicles; su trabajo es metódico, paciente, exacto, con movimientos calculados y una gran autodisciplina que le permite pasar una hora sobre la misma baldosa para disolver tres chicles. Y no es casualidad, porque es un alma gemela de los monjes shaolines, que con sus vistosas túnicas de riguroso naranja chillón y su legendaria autodisciplina, son ejemplo de profesionalidad y autocontrol.
Hasta que no he visto al atrapachicles en acción, no he sido consciente de la cantidad de chicles por metro cuadrado que adornan nuestras calles; son cientos, miles de pegotes negros que miden el nivel de educación cívica de que disfrutamos los paisanos y a juzgar por la cantidad, el nivel es más bien bajo.
Dos soluciones:
Primera: Modificar la composición de los chicles para que sean biodegradables en vez de indelebles.
Segunda: Incluir en la asignatura de “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos” un par de capítulos dedicados a la urbanidad y al comportamiento social, en los que se enseñen cosas sencillas como: no escupir en la calle, no orinar por las paredes, no tirar papeles, chicles o colillas al suelo, cruzar las calles por los pasos de cebra, dejar salir antes de entrar, pedir por favor, dar las gracias… vamos, conceptos sencillitos al alcance de cualquiera, sin connotaciones políticas o religiosas, pero suficientes para recuperar el necesario equilibrio social entre semejantes que compartimos espacios públicos.
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