En los últimos años han proliferado los centros comerciales en nuestras ciudades y todos ellos cuentan con aparcamientos subterráneos, tan grandes como el propio centro comercial que los cobija. Son unas instalaciones enormes, con largos viales y toda clase de señales indicativas de acceso al centro comercial o a las salidas con y sin vehículo; también cuentan con una escasa señalización horizontal y vertical que en muchos casos no se corresponde con las normativas existentes de señalización al efecto, recogidas en las instrucciones de carreteras normas 8.1-I.C. y 8.2-I-C., y de señales verticales de circulación y balizamiento, amén de lo dispuesto en el Reglamento General de Circulación. Los únicos agentes que velan por su seguridad suelen ser vigilantes del propio centro comercial sin cualificación para estas funciones.
Los vehículos y sus conductores son los mismos tanto fuera como dentro de los aparcamientos y por tanto en el interior de estos, ya sean en superficie o subterráneos, deben darse las mismas condiciones de seguridad y movilidad que en el exterior, si no más, de modo que existan limitaciones de velocidad visibles, zonas convenientemente señalizadas para paso de peatones, señales tanto horizontales como verticales que regulen realmente el tránsito y hagan en su conjunto más segura la circulación de personas y vehículos por estos recintos.
¿Y a qué viene tan sesuda disertación? Pues sencillamente, a que estoy más que acostumbrado a ver aprendices de Fittipaldi por esos centros comerciales de Dios, sorteando sufridos parroquianos cargados de niños y empujando atestados carritos de la compra, refugiándose entre los autos e intentando llegar al suyo de una pieza, mientras los aprendices de kamikaze enchufan la directa al grito de ¡El parking es mío!, y uno los ve pasar acordándose de sus antepasados directos...
¿Y a qué viene tan sesuda disertación? Pues sencillamente, a que estoy más que acostumbrado a ver aprendices de Fittipaldi por esos centros comerciales de Dios, sorteando sufridos parroquianos cargados de niños y empujando atestados carritos de la compra, refugiándose entre los autos e intentando llegar al suyo de una pieza, mientras los aprendices de kamikaze enchufan la directa al grito de ¡El parking es mío!, y uno los ve pasar acordándose de sus antepasados directos...
1 comentario:
Jajajajaajaja ya vessss!!!!! Dan ganas d q se estrellen con algun poste o columnaa....
Muy bueno
SYLVIA ALONSO
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